2005
La psicología en la década de 1960. José Bleger
C.Acuña, J.Del Cueto, H.Scholten
1. INTRODUCCIÓN. MODERNIZACIÓN Y CULTURA EN LOS AÑOS SESENTA
En esta parte del módulo abordaremos un segundo momento de la historia de la psicología en Argentina, aquel que se abre con la creación de las carreras universitarias y la consecuente profesionalización de esta disciplina. Es a partir de este momento, como señala Vezzetti, que comienza la “historia de los psicólogos”.
Presentaremos, entonces, una etapa que se extiende desde 1957 hasta 1970 aproximadamente, focalizando nuestro análisis sobre lo que, a grandes rasgos, ha sido caracterizado como los años sesenta. Dicho período se inicia con la Revolución Libertadora que desplaza al peronismo del poder y ha sido definido como una etapa marcada por el desarrollismo y la modernización.
El golpe del 16 de septiembre de 1955 contó con el apoyo no sólo de la cúpula de las tres fuerzas armadas, los principales partidos políticos y la Iglesia, sino también de las federaciones de estudiantes universitarios, quienes se vieron en la situación de tener que apoyar a sectores conservadores para ponerle fin a un modelo universitario que era vivido como una “dictadura” (Töer/1, 1988: 29)[1]. Como consecuencia de esta participación en la Revolución Libertadora, el movimiento estudiantil adquirió una indiscutible influencia, llegando a ocupar un papel inédito en cuanto a la toma de decisiones académicas.
Por su parte, el campo científico se caracterizó, durante este período, por la destacada importación de teorías extranjeras. La introducción de nuevos modelos de ciencia, de nuevos conceptos para pensar la sociedad y la cultura marcó una diferencia importante respecto del período anterior (Sarlo, 2001). Comenzaron a desarrollarse nuevas lecturas del marxismo y del psicoanálisis, teorías que se presentaban como privilegiadas para interrogar y explicar “objetos” tales como las instituciones, los grupos, la familia, etc. Lo novedoso fue, más que la investigación de estos temas, el “cruce” epistémico y el punto de partida interdisciplinario como parte central del marco teórico de los sesenta. Esta apertura fue particularmente importante en sociología y psicología, en tanto aparecían como las disciplinas privilegiadas para dar cuenta de algunos interrogantes que planteaban los cambios sociales y psicológicos producidos en las últimas décadas. Según Hugo Vezzetti, “una […] voluntad de integración anti-ortodoxa, caracterizaba a algunas expresiones resonantes del universo ‘psi’. Pichon-Rivière hablaba de ‘epistemología convergente’, Bleger se proponía explícitamente rescribir una ‘psicología de la conducta’ que sería, hegelianamente, la superación de las corrientes anteriores de la psicología y el psicoanálisis; […] De modo que la oposición a las ortodoxias y la voluntad ‘interdisciplinaria’ constituían rasgos mayores de esa renovación y sintetizaban algo de un clima de época que era, sin duda, mucho más complejo” (Vezzetti, 1996b: 29-30).
Si bien la modernización cultural encontró, durante este período, un foco privilegiado en la Universidad, excedió, no obstante, el campo académico y se desarrolló en muchos espacios de la sociedad. Por ejemplo: en el campo artístico con la creación, en 1956, del Museo de Arte Moderno bajo el impulso de Rafael Squirru. Pero, sin duda, un hecho fundamental fue la creación del Instituto Torcuato Di Tella en 1958. Dentro del mismo fueron creados (entre 1963 y 1966) centros de arte e investigación que, en algunos casos, mantuvieron algún vínculo con la Universidad: el Centro de Artes Visuales, el Centro de Experimentación Audiovisual, el Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales, y especialmente el Centro de Investigaciones Sociológicas y el Centro de Investigaciones Económicas.
En el espacio editorial, un hecho de gran importancia fue la creación de EUDEBA (Editorial Universitaria de Buenos Aires), en 1958, y del CEAL (Centro Editor de América Latina) en 1967, el cual llegó a contar con 41 títulos y 446.000 ejemplares al poco tiempo de ser creado. Por su parte EUDEBA, dirigida por Boris Spivacow, llegó a publicar en el período ‘58-‘66 más de 800 títulos. Creada con la idea de una producción masiva de libros de calidad y a un precio accesible para un público que no los consumía, facilitó el acceso al libro a millones de lectores del país y del extranjero. La extensa red comercial de EUDEBA daba cuenta de que la editorial apuntaba a un público más amplio que el universitario (De Sagastizábal, 1995). Esta editorial no se especializó en ciencias sociales pero contribuyó a la diferenciación editorial del genero (Sorá, 2004: 279). Los libros no se agrupaban por disciplinas sino en distintas colecciones, “entre estas sería posible diferenciar un polo orientado hacia un público especializado [...] y otro hacia un público general [...] A pesar de ello, predominaba un intento por fundir ambos polos en un ideal de lector - ciudadano” (Sorá, 2004: 279).
Este acceso al libro por un nuevo público de lectores se relaciona, entonces, con transformaciones en el mercado cultural en general y editorial en particular. En este sentido, cabe destacar también la aparición de nuevas casas editoras durante la década del sesenta, como Jorge Álvarez, Fabril, Centro Editor y De la Flor, las cuales promovían la edición de obras contemporáneas.
Por su parte, en 1962 comienza a publicarse el semanario Primera Plana, fundada por Jacobo Timmerman, que llegó a tener una circulación de 100.000 ejemplares (King, 1985: 22). Su objetivo modernizador estaba dirigido, según Oscar Terán, “a acompañar y promover las innovaciones en diversos registros de la realidad nacional, con una renovación del estilo periodístico que inducirá modificaciones hasta en los diarios tradicionales” (Terán, 1991: 81). La revista Nueva Visión fue fundada en 1951 por Tomás Maldonado; comenzó como revista trimestral y tuvo una enorme importancia en el ámbito de la arquitectura de los años cincuenta. A partir de la fundación de dicha revista surge la Editorial Nueva Visión (que continúa incluso luego de que desaparece la revista), que desde sus inicios editó títulos vinculados al arte y las ciencias sociales[2].
También los ámbitos privados (como la familia nuclear), estuvieron atravesados por la modernización, lo que significó una transformación de los hábitos y las costumbres producto de un proceso social que Gino Germani caracterizó con claridad en un libro ya clásico que trata el pasaje de la sociedad tradicional a la sociedad de masas.
Las prácticas intelectuales también cambiaron significativamente, al mismo tiempo que una cantidad de espacios sociales se transformaron. A partir de la Revolución Libertadora de 1955 se inauguran nuevos ámbitos de circulación intelectual. Durante los años ‘50 y hasta mediados del ’60 la calle Viamonte representó uno de los centros de irradiación cultural y comercial más importante de Buenos Aires. En sus alrededores, se ubicaban los principales centros del Instituto Di Tella (Florida, entre Charcas y Paraguay), las oficinas de la prestigiosa revista Sur, la Facultad de Filosofía y Letras, las librerías Verbum, Galatea, la editorial Eudeba (Viamonte y Florida) y los bares, lugares de encuentro de intelectuales y estudiantes: Chambery (Florida), el Cotto, el Moderno (Paraguay entre Maipú y Esmeralda). A esto habría que añadir las galerías de arte y teatros de la zona. La conexión entre estos lugares, que ofician de borde – y de centro- respecto de la Universidad, bosqueja una verdadera geografía intelectual.
1. 1. Modernización y espacio universitario
Según Beatriz Sarlo, la Universidad argentina no ha sido indiferente a las tensiones propias de la vida política argentina (Sarlo, 2001). En este sentido, es posible identificar a lo largo de unos cincuenta años, sucesivos intentos de refundación de la Universidad que acompañaron a los diversos avatares de la situación política argentina. Aquí vamos a situar tan solo aquellos que nos interesan en función del período histórico que estamos presentando.
El primer intento de refundación a destacar tiene lugar en 1947, durante el primer gobierno de Perón, a partir de la promulgación de la ley 13031, que removía los principios de autonomía universitaria de la Reforma de 1918.
A la escasa y poco valorada producción intelectual y científica de la Universidad peronista, le sucedió otra en la cual la creación de centros de investigación, nuevas carreras a nivel universitario y nuevos programas de enseñanza se constituyeron en espacios propicios para el desarrollo de una importante producción intelectual. Gino Germani en Sociología, José Bleger en Psicología, José Luis Romero en Historia, Ana María Barrenechea en Letras, encarnaron esa renovación.
La investigación en ciencias sociales cobró un fuerte impulso a partir de la creación del CONICET en 1957, que otorgó en sus comienzos más de un centenar de becas internas y externas (número que se incrementó en los años siguientes). Fueron muchos los estudiantes que optaron por realizar un doctorado en Francia, Inglaterra o Estados Unidos. Entre 1958 y 1962, la UBA otorgó 2570 becas a estudiantes y 220 a diplomados. Incluso los docentes –que hasta 1955 podían adquirir cierto prestigio profesional por enseñar en la Universidad– recién durante los años sesenta comienzan a ver en dicha actividad también una fuente de ingresos, debido al crecimiento del número de profesores con dedicación exclusiva (Sigal, 1991: 87-88).
Es en este período que Beatriz Sarlo sitúa el segundo intento refundador, cuyo comienzo ubica en 1955. Cuando la “Revolución Libertadora” intervino las Universidades, se abrió la posibilidad de introducir un proyecto novedoso que pretendió sentar las bases de una “nueva Universidad” por la vía de la modernización, retomando algunas de las consignas de la Reforma Universitaria (1918). Como veremos más adelante, las carreras de psicología, sociología y ciencias de la educación son producto de este proyecto modernizador.
El tercer cambio en el proyecto de Universidad se produjo con el golpe de Estado de 1966. Un mes después de la asunción de las nuevas autoridades estatales, todas las Universidades nacionales fueron intervenidas, desatándose una fuerte represión sobre estudiantes y profesores, en lo que se conoce como “la noche de los bastones largos”. Este hecho llevó a la renuncia de gran parte del claustro docente. Si bien uno de los principales objetivos del gobierno de facto era la despolitización de la Universidad, lo que se produjo fue más bien el efecto contrario: aceleró e intensificó una progresiva y creciente radicalización ideológica y política del estudiantado, correlativa a la que tuvo lugar en vastos sectores de la sociedad.
Correlativamente a estas sucesivas refundaciones, entre 1947 y 1966, el movimiento estudiantil se desplaza de un lugar marginal en la toma de decisiones en la política universitaria –como resultado de su oposición al gobierno peronista- a una participación activa en la discusión de los problemas universitarios. Beatriz Sarlo sostiene que la radicalización política e ideológica, que se profundizó aún más en la década siguiente, conduce a la creencia de que “las luchas verdaderamente importantes” se desarrollaban, fundamentalmente, en ámbitos distintos al espacio institucional de la Universidad, por lo cual el “problema de la Universidad” quedaba relegado a un plano secundario, subordinado a los problemas políticos de orden más general. En este sentido se sostenía que no podía, ni debía existir una “isla democrática” en un país dependiente y oprimido.
La reforma universitaria. Identidad y crisis (1955-1966)
El segundo de los proyectos de reforma universitaria mencionados tiene como particularidad el poseer un proyecto cultural global (que desborda el ámbito de la Universidad y se extiende a la sociedad) y el contar con los medios y recursos necesarios para efectivizarlo (Sigal, 1991). Más que de una restauración de la Universidad preperonista se trata de un nuevo proyecto –nucleado en las facultades de Ciencias Exactas y de Humanidades, especialmente de la Universidad de Buenos Aires– que suma el espíritu modernizador a las consignas de la reforma sobre el gobierno universitario (Sarlo, 2001: 63).
La idea de que la Universidad debía cumplir una “función social” puso en relación inmediata el proyecto universitario con el proyecto de país que se esperaba construir, extendiendo la Universidad más allá del espacio físico de sus aulas. La idea sostenida por los grupos reformistas era que la Universidad debía comprometerse con el desarrollo cultural y social de la Argentina desde un rol que le es propio: la producción de saberes y conocimientos. La Universidad debía constituirse en el instrumento de promoción de aquellos sectores económica y culturalmente desfavorecidos, es para ello que se crea la Secretaria de Extensión Universitaria.
Ahora bien, a medida que avanza el período que aquí analizamos se modificó la forma de entender esa “función social” de la Universidad. La idea de que la Universidad es un espacio privilegiado para pensar la problemática nacional a partir de los conocimientos que ella genera será profundamente cuestionada.
En términos generales, puede decirse que, la reforma implicó: la modificación en la forma de gobierno de la Universidad (co-gobierno); la elección de representantes estudiantiles por voto directo; el espíritu de autonomía; la consolidación del estudiantado como fuerza ideológica y política.
Es posible afirmar que la reforma, en este período, tuvo una doble cara: identidad y crisis. La identidad se sostuvo en la oposición al peronismo, que aglutinaba a sectores muy heterogéneos[3]. También consolidó elementos identitarios la incorporación del movimiento estudiantil y su novedoso papel en la toma de decisiones académicas.
La otra cara de la reforma, es decir la crisis, fue el resultado de múltiples factores. En primer lugar, el ya mencionado artículo 28 del controvertido Decreto-Ley 6403/55 del PEN, que permitió la creación de Universidades privadas, las cuales quedaban capacitadas para “expedir diplomas y títulos habilitantes siempre que se sometan a las condiciones expuestas por una reglamentación que se dictará oportunamente” (Sarlo, 2001). Esta ley generó importantes controversias ideológicas entre “laicos” y “libres” en tanto los que acompañaban el proyecto modernizador de la Universidad, veían en ella un ataque contra los principios de la reforma universitaria. Las movilizaciones a que dio lugar este debate tuvieron como efecto la renuncia del entonces Ministro de Educación Atilio Dell’ Oro Maini.
En segundo lugar, como señala Federico Neiburg, la creciente incorporación de temas de la política nacional convirtió a la Universidad, durante la etapa de su normalización, en un ámbito que reflejó la crisis del gobierno nacional. Los debates internos muestran que la UBA no se mantuvo ajena a los avatares políticos que se producían en el país; en cambio, se manifestó como “un espacio privilegiado para observar las relaciones y luchas entre importantes sectores de las elites sociales e intelectuales de la época” (Neiburg, 1999: 53).
Por último, los subsidios extranjeros –de las fundaciones Ford y Rockefeller, entre otras- promovieron un debate en torno a qué ciencia debía producirse en la Universidad argentina y cuál era la relación de ese modelo científico con la identidad nacional, debate que, hacia fines de los años sesenta, comenzó a ser pensado en términos de “colonización” y/o “dependencia”.
Es posible, en este sentido, establecer analogías entre los subsidios a la investigación de origen extranjero en el ámbito académico y científico universitario y aquellas inversiones a nivel nacional, cuyo máximo exponente es posible ubicar en relación a los contratos para la extracción y comercialización de petróleo con empresas foráneas. Lo interesante es que, paradójicamente, existieron grupos de investigación que, aunque rechazaron los contratos para la explotación petrolera, aceptaron no obstante los subsidios extranjeros. Esto implicaría, para Silvia Sigal, una disyunción que ”permitía, sin paradoja, rechazar el capital extranjero y aceptar los subsidios, conservando las convicciones nacionalistas y antiimperialistas fuera del espacio de la cultura” (Sigal, 1991).
Lo cierto es que, ya en 1962, el término “reforma” no remitía a un significado unívoco. La idea de “llevar la Universidad a la calle”, que se concretaba a partir de las actividades de extensión universitaria, se había transformado en hacer la Universidad en el país y para el país. Analía Payró lo expone, ese mismo año, de esta manera:
No queremos llevar la Universidad a la calle; queremos que la Universidad este construida con el país y en el país; no se quiere salvar la conciencia con cursos de extensión cultural nocturnos, no se quiere que el mito del Departamento de Extensión Universitaria subsista, porque se quiere que el estudiantado no encuentre en el reformismo una religión de salvación, ni que el reformismo sea paternalista, [...]. Y no quiere porque el reformismo es otra cosa y así debemos ser percibidos: como una fuerza que lucha por la liberación nacional (Sarlo, 2001:360-361).
1.2. Creación de las nuevas carreras universitarias de psicología
Es precisamente en el marco de la modernización cultural y del mencionado segundo proyecto de refundación de la Universidad que tiene lugar la profesionalización de la psicología en nuestro país –casi sesenta años más tarde que en EEUU, pero con una diferencia mucho menor respecto de sus pares latinoamericanos, e incluso antes que en algunos centros europeos[4]. Se inicia un segundo momento de la historia de la psicología en Argentina, más precisamente la “historia de los psicólogos”.
En efecto, desde una perspectiva que apunte a lo estrictamente profesional, es posible afirmar que, antes de los años sesenta, no existían psicólogos en nuestro país[5]. De hecho, cuando se organiza el Primer Congreso Argentino de Psicología (Tucumán, 13-22 de marzo de 1954), se reúnen allí, junto a representantes de la psicología a nivel internacional, más de un centenar de figuras locales ligadas a diversas disciplinas (filosofía, medicina, pedagogía, psiquiatría, etc.) e incluso provenientes de la iglesia católica, como Ismael Quiles y Leonardo Castellani. La Asociación Psicoanalítica Argentina, fundada en 1942, se hace presente a través de cuatro de sus miembros: Ángel Garma, Willy Baranger, Mauricio Knobel y Emilio Rodrigué.
Además de evidenciar un marcado interés por la disciplina, la multiplicidad de temáticas y perspectivas de los trabajados presentados –ordenados en diez comisiones organizadas según un eje temático [Ver cuadro 1] – muestra un panorama sumamente ilustrativo de la producción de conocimiento psicológico durante esos años.
Se trataba de una psicología con escasas o nulas conexiones con las producciones de los centros académicos y científicos internacionales, más allá del desarrollo –apreciable sobre todo a partir del número de ponencias presentadas en cada comisión– de una psicología aplicada con una clara orientación psicotécnica, es decir del uso de los test mentales como herramienta privilegiada de intervención psicológica[6]. En este sentido, es necesario tener en cuenta, por ejemplo, que para ese entonces ya se habían organizado la carrera de Psicotécnico y Orientador Profesional en la UNT (1950) y la carrera de Psicotécnico en la Universidad del Litoral (1953). Por otra parte, se había creado en el marco del Ministerio de Educación, el Laboratorio Psicotécnico del Instituto de Higiene y Medicina Social (Universidad de Cuyo) y el Consultorio de Orientación Profesional y Escolar, entre otros; en el marco del Ministerio de Marina, el Centro de Diagnóstico de Aptitud; el Instituto Regional Psicotécnico y Orientación Profesional del Ministerio de Salud Pública, etc.[7]
Cuadro 1
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Ahora bien, junto a esta orientación en psicología, convivía otra que se ubicaba en relación explícita con la filosofía y que remite a la enseñanza y a las publicaciones de algunos profesores universitarios –entre las cuales se destacan figuras como Plácido Horas, Oscar Oñativia, García de Onrubia, Ravagnan y Luis Juan Guerrero– ligados a una concepción de corte humanista en ruptura con el positivismo imperante a principios del siglo XX. Se trata aquí de una psicología cuyos temas giraban básicamente en torno de problemas filosóficos o incluso epistemológicos -por ejemplo, los textos de García de Onrubia sobre la unidad de la psicología que toman como referentes a autores como Kurt Lewin y Daniel Lagache presentado en el Primer Congreso Argentino de Filosofía (1949), y los trabajos presentados por Oñativia y Horas en el PCAP.
Pero si la producción de conocimiento psicológico a nivel local, hacia comienzos de la década de 1950, no presentaba un carácter homogéneo ni una dirección claramente delimitada esto no implica que no hubiera ninguna conexión en el desarrollo de estas dos líneas que, muy esquemáticamente, hemos mencionado. Esta conexión puede ser ubicada ya sea bajo la forma de la crítica, de la consideración positiva o incluso de la promoción de los test mentales[8].
En todo caso, nos interesa resaltar que la propuesta de creación de las carreras universitarias de Psicología presentada en el cierre de este Primer Congreso Argentino de Psicología, pretendía ubicarla en relación de explícita continuidad con lo ya instituido: la carrera debía funcionar “como sección autónoma dentro de las Facultades de carácter humanístico, aprovechando los institutos ya existentes y la enseñanza que se imparte en esas y otras Facultades que puedan ofrecer su colaboración (Medicina, Derecho, Ciencias Económicas, etc.)”[9].
Pero las características de las futuras carreras académicas serán bastante diferentes de lo sugerido en esta propuesta y, por otra parte, casi ninguna de las figuras que se presentan en este Congreso tendrá un papel destacado en el futuro de la psicología en nuestro país.
En el caso de Buenos Aires, el Consejo Superior de la UBA resuelve la creación de la carrera de psicología el 14 de marzo de 1957, en el seno de la Facultad de Filosofía y Letras, junto con la carrera de sociología y al mismo tiempo que modifica la denominación de la carrera de pedagogía por el de ciencias de la educación[10] [ver cuadro 2]. Ese mismo año comienzan a dictarse los cursos correspondientes a las materias introductorias, en su mayor parte comunes a todas las carreras que se cursaban en esa Facultad. La dirección del Departamento de Psicología quedaba en manos del Dr. Marcos Victoria, que asumía también la titularidad de materias como “Introducción a la psicología” y “Psicología I”.
Ahora bien, esta carrera de psicología implementada en el seno de la UBA no fue la única ni tampoco fue la primera: poco tiempo después del PCAP se había aprobado la creación de una carrera de psicología en la Universidad del Litoral (Provincia de Santa Fe), que comenzó a funcionar pocos meses después. Los avatares políticos de fines de 1955, a los cuales hemos hecho referencia anteriormente, interrumpen el dictado de clases que se reanuda, con un nuevo programa, el año siguiente.
Hacía finales de esa misma década ya existían carreras de psicología en todas las Universidades nacionales, e incluso había sido implementada en una Universidad privada. Pero, ¿qué resultados se buscaban a partir de la creación de las carreras? ¿Qué se esperaba de este nuevo profesional? En todo caso resulta destacable el hecho de que, a diferencia de lo que sucedía en otros ámbitos de la cultura y la ciencia –por ejemplo, en el campo del arte y en el campo de la sociología a partir de figuras como Jorge Romero Brest y Gino Germani respectivamente[11] nadie había proyectado, durante los años del gobierno peronista, una nueva psicología que se propusiera una ruptura con lo ya instituido. Si bien volveremos sobre este tema más adelante, al ocuparnos de la problemática de la práctica profesional del psicólogo, es necesario señalar que el propio director de la carrera –Marcos Victoria, psiquiatra con una amplia gama de intereses que incluye la filosofía, la psicología, la literatura y la critica estética, y que había publicado algunos libros sobre psicología y psicoanálisis hacia comienzos de los años cincuenta[12]– “es la ilustración misma de la ausencia de un perfil disciplinar claro”:
Formado en la psiquiatría y la
psicopatología más tradicional, sus incursiones en algunos temas de la
psicología que le era contemporánea venían acopladas a una relación divulgadora
que carecía de cualquier propósito de investigación y de consolidación
conceptual o profesional de la psicología [Vezzetti, 1996b: 89].
Cuadro 2 |
ING BABINI: [...] El segundo despacho se refiere a otra cuestión ya más fundamental. Puede parecer mentira, pero en la Universidad de Buenos Aires no se estudiaba Sociología. Si hay en este momento en el mundo una disciplina que no podríamos saber donde clasificarla por su amplitud, es la Sociología. [...] Con respecto a esta carrera de Psicología, no es la Universidad de Buenos Aires la primera que la crea. La del Litoral se nos ha adelantado, pero de todas maneras es importante que en una Facultad de humanidades se cree una carrera de una especialidad que casi siempre ha estado vinculada a estudios médicos, y por ende, unilaterales. Debemos pensar que la Psicología es algo más amplio que puramente una consecuencia del funcionamiento del sistema nervioso; es el estudio del hombre en todas sus manifestaciones, de manera que nos parece bien su inclusión en una Facultad de esta naturaleza, sin que eso signifique olvidarnos de las conexiones de la Psicología con la Biología. Precisamente aparece la materia “Biología” en el plan de estudios. De manera que también en este caso la Comisión de Enseñanza aconseja la aprobación de la resolución. DR. SALAS [Decano de la Facultad de Filosofía y Letras]: [...] Realmente, la Facultad de Filosofía y Letras presentaba un panorama –y lo presenta aún- bastante arcaico, así como en general lo presenta la Universidad de Buenos Aires. Parece increíble que no hubiera carreras de importancia y la magnitud como lo son la psicología y la sociología. Es algo más que substancial el iniciar estos estudios y la Junta Consultiva de la Facultad, trabajando con una absoluta armonía, ha obedecido al clamor del ambiente, a una exigencia cordial, al encarar y enfocar esta solución que proponemos al Consejo Universitario.
Fuente: Actas del Honorable Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires, sesión del 14 de marzo de 1957, en Dagfal, A. y Borinsky, M. 1999. |
La figura de Marcos Victoria no parecía entonces la más representativa de uno de los bastiones de la modernización académica, de esa carrera de psicología que había surgido en ese proceso renovador de la estructura universitaria que se iniciaba a mediados de la década de 1950. En realidad, el hecho mismo de que la carrera fuera creada dentro del ámbito de las facultades de filosofía o humanidades, pero que sus cátedras estuvieran prácticamente monopolizadas por médicos y psiquiatras permite pensar en un relieve profesional difuso y poco nítido ya desde sus inicios.
En 1958 se introdujeron las primeras modificaciones en el programa de la carrera en la UBA y, poco después, la presión de los estudiantes producirá el alejamiento de Victoria. Como resultado de este cambio fundamental, asumirá Enrique Butelman[13] como director de la carrera, lo que facilitará el ingreso de una nueva camada de profesores, muchos de ellos provenientes de las filas de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Entre ellos figuraban José Bleger, Fernando Ulloa y David Liberman, jóvenes representantes de un “nuevo psicoanálisis” –cuyo principal referente era, sin duda, Enrique Pichon-Rivière– que proponía una interpretación y uso de los conceptos freudianos muy diferente del planteado por la “ortodoxia” psicoanalítica. Se trataba, como se verá con mayor detalle más adelante [§ 2.3], de un “conocimiento psicoanalítico” que podía ser aplicado a los ámbitos más diversos: no solo a la clínica o a la psicoterapia sino principalmente a la educación, las instituciones, los grupos, la psicoprofilaxis, etc.
Como lo señala Vezzetti, es en este momento que tiene lugar el cruce de la historia de la psicología y la historia del psicoanálisis en nuestro país[14]
... lo que se produce es una suerte de ‘encuentro’, de intersección de un campo psicoanalítico (que tiene su propia historia y sus propias intersecciones) con las derivaciones disciplinares de una psicología académica que contaba ya con medio siglo de vida... (Vezzetti, 1996b)
Junto con aquellas figuras ligadas claramente a las instituciones psicoanalíticas ingresaron a la carrera un grupo de psiquiatras vinculados a la corriente de la reflexología –José Itzigsohn, Gervasio Paz y Antonio Caparrós entre otros– que ocuparon importantes puestos en diversas materias de la carrera. Esta perspectiva, cuyos representantes provenían de las filas del Partido Comunista Argentino, se colocaba frente al psicoanálisis en una posición teórica e ideológicamente crítica. Si bien esta corriente no tendrá una mayor incidencia en el marco de la producción de conocimiento psicológico a nivel local, cabe destacar los aportes de algunos de sus representantes en la difusión de autores como Piaget, Vigotski, Wallon, Luria, etc.
En pocos años la inscripción en la carrera se incrementará notoriamente y para fines de la década de 1950 sus actividades se trasladarán, junto con las de Sociología, a un nuevo edificio ubicado en Florida 656.
…no se puede ser psicólogo si no se es al mismo tiempo un investigador de los fenómenos que se quiere modificar, y no se puede ser investigador si no se extraen los problemas de la misma práctica y de la realidad social que se está viviendo en un momento dado (Bleger, 1966: 46)
En el ámbito de la psicología académica de los años sesenta, José Bleger es una figura ineludible, en la medida en que fue el primero que formuló un proyecto teórico-práctico, más o menos sistemático, que proponía la fundación de una nueva psicología. Se constituyó, de esta manera, en una figura central por más de una década, de modo tal que cualquier propuesta referida a la psicología –al menos a nivel local– debía tomarlo como referente, aun para objetarlo: “con Bleger o contra Bleger, esos serán los tópicos que van a dominar la producción teórica y la discusión de los psicólogos durante el resto de la década” (Vezzetti, 2004: 296).
Nacido en 1922 en Ceres (Santa Fe), proveniente de una familia judía, concluyó sus estudios médicos en la ciudad de Rosario. Poco después ingresó en las filas del Partido Comunista Argentino. En 1949 se trasladó a Santiago de Estero donde comenzó a desarrollar su práctica psiquiátrica y dos años después publicó su primer libro: Teoría y práctica del narcoanálisis. También por esa época formó parte del comité de redacción de la Revista Latinoamericana de Psiquiatría, fundada por el psiquiatra Gregorio Bermann –quien fuera profesor en la Universidad Nacional de Córdoba y fundador del Instituto Neuropático de la misma ciudad. Hacia el año 1953, se instaló en Buenos Aires y, según él mismo relata, comenzó su formación psicoanalítica a instancias de Enrique Pichon-Rivière.
En 1959, se hizo cargo de la primera cátedra de psicoanálisis en la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias de la Universidad del Litoral. Ese mismo año, reemplazó a Marcos Victoria en el dictado de la materia “Introducción a la Psicología” en la carrera de psicología de la UBA. El año 1961 lo encontrará a cargo del primer seminario para graduados, sobre la temática de la higiene mental. Poco tiempo después asumirá la titularidad de las materias “Psicología de la personalidad” e “Higiene Mental”.
Sus escritos más significativos en el ámbito de la psicología son Psicología de la conducta –publicado en 1963, en el cual presenta el proyecto teórico de una nueva psicología, unificada en torno de la noción de conducta– y Psicohigiene y psicología institucional, publicado en 1966 -donde propone una delimitación del perfil profesional del psicólogo fundada en la “promoción de la salud”.
Su extensa labor docente, sumada a la amplia difusión y aceptación de su obra[15], lo convertirán en poco tiempo en el profesor más reconocido dentro de la carrera de psicología y en un referente fundamental para los primeros estudiantes y egresados.
En la medida en que esta nueva carrera constituía un campo en formación, presentaba la condiciones óptimas para que Bleger, a partir del estatus que le proveía su formación psicoanalítica, contribuyera a la conformación de “un espacio nuevo, con valores, una incipiente identidad, criterios de pertenencia y formación, y un primer sistema de prestigios y de reglas de legitimidad” (Vezzetti, 2004).
En este sentido, sin menospreciar la importancia de los escritos que hemos nombrado, su “carta de presentación” en el marco de las flamantes carreras de psicología corresponde a una obra anterior, publicada en 1958 bajo el título Psicoanálisis y dialéctica materialista. Bleger conjugaba en dicho libro dos aspectos que lo hacían potencialmente atractivo para los estudiantes: por un lado, el psicoanálisis, considerado como una disciplina psicológica moderna y renovadora; por otro lado, un explícito posicionamiento político-ideológico de izquierda, acorde con los ideales progresistas sostenidos por los jóvenes universitarios (Plotkin, 2003).
Comenzaremos, entonces, con una breve presentación de las ideas que Bleger desarrolla en la obra mencionada , debido a que allí aparecen esbozadas algunas nociones que, con algunas modificaciones, serán integradas más tarde al proyecto blegeriano de una nueva psicología.
2.1 Psicoanálisis y dialéctica materialista
A pesar de la condena explícita que había recibido la doctrina freudiana por parte del Partido Comunista, Bleger se propuso examinar el psicoanálisis a partir de los elementos provistos por la dialéctica materialista, proyecto que el propio autor ubicó en el nivel de un análisis epistemológico.
Apoyándose en los lineamientos conceptuales del marxismo buscó explicitar y someter a una rigurosa revisión los esquemas referenciales que estarían en la base de la construcción de la doctrina freudiana[16].
Más que buscar una articulación entre la obra de Marx y la de Freud o realizar un enjuiciamiento de tipo ideológico de las tesis freudianas, Bleger planteaba una superación dialéctica del psicoanálisis, una síntesis que permitiera resolver sus contradicciones a partir de un estudio epistemológico que respetara su autonomía científica [ver cuadro 3].
Bleger encontró un antecedente para esta tarea en la figura y la obra del filósofo franco-húngaro Georges Politzer, quien había publicando varios trabajos críticos sobre psicología. Suelen reconocerse dos períodos en la trayectoria intelectual de este autor: durante la década de 1920, mostró un notable interés por el psicoanálisis y por la renovación de la psicología, intento que quedó plasmado en la publicación de su Crítica de los fundamentos de la psicología (1928). En este libro, consideró al Psicoanálisis, junto con la Gestalttheorie y el Behaviorismo, como el camino para una auténtica renovación de la psicología tradicional, renovación que tomaría la forma de una psicología concreta cuyo objeto es el “drama”.
Este proyecto quedó inconcluso: de los tres estudios críticos anunciados originariamente, sólo publicó el primero dedicado a la Interpretación de los sueños de Freud. A este debían suceder los tomos dedicados al Behaviorismo y a la Gestalttheorie, y, finalmente, un cuarto tomo donde se establecerían los principios fundamentales de la Psicología Concreta.
El segundo período de la trayectoria politzeriana se inició a comienzos de la década de 1930, a partir de su afiliación al Partido Comunista Francés, y se extiende hasta su muerte en 1942, cuando fue fusilado por los nazis debido a su actuación en la resistencia francesa. En los pocos artículos que dedicó al psicoanálisis durante este período lo denunció y rechazó en términos ideológico-políticos, considerándolo como “reaccionario” y “burgués”.
Cuadro 3 |
Freud se planteó el propósito de hacer de la psicología una ciencia natural […] Para cumplir ese objetivo Freud utilizó el criterio de ciencia natural imperante en su época y juntamente con ello los esquemas referenciales con los que formuló sus teorías, hipótesis, conceptos, denominaciones, etc. […] Aunque en ninguna ciencia se pueden considerar totalmente independientes entre sí la forma y el contenido, nosotros nos proponemos examinar los a priori conceptuales con los que trabajó Freud. La forma en que se capta y expresa una realidad está determinada por un previo contenido que sirvió de esquema referencial; la forma implica la ideología con la que se trabaja y a su vez actúa sobre el contenido, sobre la realidad sobre la cual se trabaja. […] Este estudio de los esquemas referenciales o a priori conceptuales utilizados por Freud, nos parece integrar el núcleo central de una epistemología del psicoanálisis, de tal manera que no queremos primariamente examinar ahora el conocimiento como tal que aporta el psicoanálisis sino la estructura de los supuestos o “principios” con los que Freud elaboró sus hipótesis y teorías. […] Lo que hay que distinguir con claridad es el hecho que no obstante haber partido Freud de un campo concreto de la investigación, su ideología no se deduce a posteriori de lo que va descubriendo, sino que a la inversa, ella preexiste en su inspiración fundamental y es introducida y utilizada en la textura íntima de las hipótesis y teorías. […]. Lo que sucede es que la investigación en un campo particular posibilita la formulación o hace tomar conciencia de la ideología con la que se ha trabajado, presentándose esta como totalmente deducida de los hechos investigados. […] El psicoanálisis es, básica y fundamentalmente, una psicología que debe ser estudiada como tal y en la práctica concreta; la psicología es una ciencia con un campo propio de operancia, e investigar en psicología no significa meramente una tarea de exégesis bibliográfica. […] El marxista puede quedar satisfecho con la réplica a la ideología que implica el psicoanálisis, pero el psicólogo marxista no puede darse por satisfecho con ello; está obligado a entrar en la psicología psicoanalítica. […] El psicoanálisis no se supera declarándolo falso, negativo, irracional o idealista; sólo puede ser superado dialécticamente con el “Aufhebung” hegeliano. “Negar –como lo subraya Engels- no significa pura y simplemente decir “no”. La negación implica la continuidad; significa la asimilación, el trabajo crítico y la unión en una síntesis superior, de todo el pensamiento de vanguardia, de todas las conquistas progresivas de la humanidad en el curso de la historia.
Fuente: José Bleger, 1958: Psicoanálisis y dialéctica materialista, Buenos Aires, Paidós, pp. 18-25. El subrayado es nuestro |
Bleger, por su parte, sostenía que había una continuidad entre aquellos dos períodos, ya que los juicios aparentemente contradictorios que Politzer emitió respecto del psicoanálisis correspondían a diferentes perspectivas de análisis, complementarias entre sí: científica en el primer período, ideológico-política en el segundo.
Es aquella primera perspectiva de análisis la que Bleger se propuso retomar, tanto en Psicoanálisis y dialéctica materialista como en su posterior Psicología de la conducta (1963), para completar el inconcluso proyecto politzeriano.
En 1958, siguiendo a Politzer, Bleger situaba al drama como objeto de la psicología, al mismo tiempo que consideraba, como el problema fundamental del psicoanálisis, el divorcio entre la “dramática” y la “dinámica”. La innovación freudiana en el campo de la psicología lo constituía la dramática, esto es “la descripción, comprensión y explicación de la conducta en función de la vida del paciente, en función de toda su conducta” (Bleger, 1958: 88). Por el contrario, la dinámica respondía a una abstracción teórica con la que Freud buscaba dar cuenta de los hechos que enfrentaba en su práctica. Según Bleger, “la práctica psicoanalítica involucra una dramática de mayor riqueza que la que hasta ahora alcanzamos a captar y expresar” y es al intentar formularla en términos teóricos que Freud recurrió a categorías abstractas –como la de libido– que explican la conducta del sujeto particular como resultado de un interjuego de fuerzas impersonales y ahistóricas.
Pocos meses después de la publicación de Psicoanálisis y dialéctica materialista tuvo lugar un debate en el seno del PCA en el cual se le reprochará a Bleger su “orientación política e ideológica”, induciéndolo a realizar una “militancia más activa en el partido” que le permitiera “superar debilidades ideológicas y a encontrar una salida correcta en el campo concreto de la psicología” (Espectador, 1959:78. El destacado es nuestro).
Hacia 1961, Bleger será expulsado de las filas del PCA. Si bien los motivos explícitos de esta separación no han sido aún totalmente esclarecidos, sin duda, la publicación del libro y la polémica subsiguiente jugaron en ello un importante papel.
2.2. El proyecto teórico de una nueva psicología
En Psicología de la conducta, publicado en 1963, el drama ya no constituía el centro de la reflexión de Bleger ni tampoco era aquel divorcio entre dramática y dinámica el problema fundamental que enfrentaba. A partir de una apreciación de la fragmentación y segmentación de la psicología contemporánea, buscaba resolver su falta de coherencia y unidad merced a una “teoría general de la conducta”.
Esto no implica, sin embargo, que no sea posible establecer ciertas relaciones entre las propuestas de Psicoanálisis y dialéctica materialista y Psicología de la conducta. En primer lugar, permanece la referencia a la filosofía marxista, a partir de la cual las diferencias entre las diferentes escuelas psicológicas no son consideradas irreconciliables ya que Bleger asume que la dialéctica y la contradicción son inherentes a la realidad misma. Por otra parte, es posible apreciar una resonancia politzeriana en el rechazo de los principales mitos sobre los cuales se han asentado las psicologías tradicionales y la propuesta de una concepción del hombre como ser concreto, social e histórico.
Por otro lado, es necesario destacar que tanto la noción de drama como la noción de conducta cumplen, en cierta medida, la misma función crítica. En efecto, en la lectura de Bleger una y otra implican un rechazo a la dicotomía, ya tradicional dentro de la psicología, entre una visión centrada en la vida interior y otra que pone el acento en las manifestaciones externas del hombre.
A su vez, esta nueva psicología se presenta como una ruptura con cualquier tradición psicológica local, autorizándose en referentes teóricos de origen extranjero. En efecto, como ya antes lo había hecho Pichon-Rivière, Bleger ve la necesidad de modernizar la psicología a partir de la incorporación de nuevas corrientes psicológicas tales como el neo-conductismo, la fenomenología, la tradición “comportamental” francesa, fundamentalmente a través de los aportes de Daniel Lagache, el psicoanálisis, la Gestalttheorie y la teoría del campo de Kurt Lewin. En este aggiornamiento de la disciplina, el psicoanálisis ha sido desplazado de aquel lugar central que había ocupado en su obra anterior.
Al integrar mediante una dialéctica de la conducta los aportes de las escuelas psicológicas contemporáneas, Bleger no hace más que continuar y actualizar aquel proyecto politzeriano de una psicología concreta a partir de una idiosincrática noción de conducta.
El punto de partida lo constituye la definición de conducta propuesta por Daniel Lagache y a partir de allí, merced a los variados referentes teóricos a los que nos referimos anteriormente, Bleger introduce una serie de precisiones cuyo fin era complejizar dicha definición inicial. Por un lado, la idea de áreas de la conducta –área de la mente, área del cuerpo y área del mundo externo– a partir de la cual enfatizaba la “unidad y pluralidad fenoménica de la conducta”. A continuación, introduce la noción de campo [Lewin], según la cual la conducta debería ser entendida como el emergente de una situación dada y no como “una mera exteriorización de cualidades internas del sujeto”. Por otra parte, la noción de ámbito hacía referencia a las diferentes perspectivas –psico-social, socio-dinámica o institucional– desde las cuales toda conducta podría ser abordada. Finalmente, a partir de la idea de diferentes niveles de integración, cada uno de ellos con una organización y una legalidad específica, Bleger introducía una jerarquización de las ciencias que se ocupan de la conducta. En este sentido, la conducta no era ya el objeto exclusivo de la psicología sino que ésta se ocupaba de aquellos fenómenos ubicados en el más complejo de estos niveles de integración: el nivel psicológico-social.
Ahora bien, además de constituir la elaboración teórica de una nueva psicología, este libro abría las puertas a una consideración sistemática de un nuevo perfil para el psicólogo, a través de la ya aludida noción de ámbitos de la conducta.
En efecto, será a partir de la intervención de Bleger que comenzará a perfilarse una primera definición de un rol y un “espacio profesional” para el psicólogo en Argentina. Como lo afirma Vezzetti:
Por una parte, la unidad de la psicología como disciplina científica busca resolverse en la unidad de la “conducta”, de acuerdo con la inspiración de Lagache recibida a través de Pichon-Rivière. Por otra, la unidad y la consolidación del quehacer profesional busca sostenerse en un programa de acción social planificada: la psicohigiene (Vezzetti, 2004: 297).
2.3. Higiene mental y psicohigiene.
A partir del momento en que comenzaron a graduarse los primeros psicólogos, empezó a adquirir un mayor relieve el problema de la definición y delimitación de su quehacer profesional. En efecto, en los años que van desde la creación de las carreras hasta comienzos de los sesenta, se produjo una disputa con el campo médico por el ejercicio de la psicoterapia. La falta de reglamentación de la profesión del psicólogo, la indefinición de sus incumbencias y la formación clínica que comenzaban a recibir los estudiantes de psicología, parecían poner en peligro la exclusividad que hasta entonces habían tenido los médicos en la práctica psicoterapéutica[17]. No obstante, muchos de los profesores de las recién creadas carreras de psicología eran médicos o psiquiatras, algunos incluso aceptaban la posibilidad de que los psicólogos fueran autorizados a “curar por medio verbales”, lo cual llevó estas disputas al interior mismo del campo psiquiátrico.
En octubre de 1959, el Colegio de Médicos de la Provincia de Buenos Aires publicaba una solicitada en la que expresaba su preocupación porque la carrera de psicología fomentaba el ejercicio ilegal de la medicina.
Ese mismo año, en la Tercera Conferencia Argentina de Asistencia Psiquiátrica, se destacaba el daño que podían ocasionar, en el área de la patología mental, “seres extraños a la medicina”. Se sostenía, en las conclusiones, que “deben ejercer la psicoterapia únicamente los médicos” y que a los psicólogos sólo se les debía permitir “colaborar en el estudio e investigación de la personalidad”. Esto no excluía la posibilidad de que se integraran a equipos asistenciales, siempre que permanecieran “bajo la dirección responsable de los médicos” (Klappenbach, s.f).
Esta campaña hostil frente a un rival aún inexistente –los primeros psicólogos comienzan a graduarse hacia 1961- hallaría eco en los medios de comunicación masiva. El primer director de la carrera de psicología de la UBA, Marcos Victoria, consideraba a la práctica de la psicoterapia por parte de los psicólogos como “ejercicio ilegal de la medicina”. Esta postura aparecería explicitada en tres artículos publicados en el diario La Razón durante 1960 [Ver cuadro 4].
El seminario de higiene mental para graduados, que dictó Bleger en 1961, pretendía precisamente dar una respuesta a la cuestión de la práctica profesional del psicólogo. En efecto, ya en la clase inaugural[18], Bleger situaba el problema del rol del psicólogo en estrecha relación con la salud pública y con la higiene mental, más específicamente, con la psicohigiene.
Tomando como punto de partida la clasificación formulada por la OMS, Bleger consideraba a la higiene mental como una “rama de la salud pública”.
Cuadro 4 |
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EI primer conflicto serio provocado en todos los países en que el psicólogo profesional ha comenzado a actuar, es el conflicto de jurisdicciones con los médicos; con los médicos psiquiatras, por supuesto. Y no se trata de problemas científicos sino ásperamente profesionales, comerciales, si se quiere. (Entiéndase bien: comprar un tarro de aceite o un traje de medida no es lo mismo que pagar los honorarios de un médico o el informe de un psicólogo. Empleo la palabra “comerciales” para hacerme entender rápido) (…) Una resolución inconsulta de la Universidad de La Plata, destinada a facilitar el ejercicio de la profesión a los futuros psicólogos que egresen de sus aulas, los autoriza a “ejercer la psicoterapia por medios verbales”. ¿Habrán pensado las autoridades de esa casa de estudios que un psicólogo inexperto (y a quien no obliga ningún juramento médico) puede provocar el suicidio de un deprimido ansioso por una conducta terapéutica mal conducida? ¿Habrán pensado lo que puede ocurrir en el seno de una familia, uno de cuyos miembros presenta trastornos de conducta, con la entrada de una psicóloga improvisada (eso ocurre todos los días entre nosotros), sin la debida experiencia para afrontar situaciones psicosociales complejas y que ponen a prueba a los médicos más fogueados? En esas circunstancias, hemos visto producirse divorcios y acentuarse crueles disensiones familiares; niños se han fugado de sus hogares, después de escuchar palabras imprudentes o consejos librescos mal explicados a los interesados. Pero la falta de responsabilidad de los psicólogos de pacotilla no se detiene allí.
Fuente: Marcos Victoria, 1960: “El psicólogo contra el médico” en Victoria, Marcos, 1965: Psicología para todos, Buenos Aires, Losada. Incluido en Dagfal, A. y Borinsky, M., 1999. |
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Para ser más precisos, se trataba de la “administración de los conocimientos, actividades, técnicas y recursos psicológicos que ya han sido adquiridos [por los psicólogos], para encarar los aspectos psicológicos de la salud y la enfermedad como fenómenos sociales y colectivos” (Bleger, 1966: 28). Ahora bien, en la medida en que la higiene mental constituía hasta ese momento una práctica médico psiquiátrica[19], Bleger se veía en la obligación de efectuar una operación que permitiera, en el marco de un seminario dirigido a psicólogos, articular dicha práctica con el rol de este nuevo profesional.
En este sentido, comenzaba definiendo la psicohigiene como una rama especial de la higiene mental que trascendía las fronteras de la medicina, en la medida en que ella “interesa particularmente al psicólogo clínico”. En efecto, el objetivo principal de la psicohigiene no era el tratamiento y la curación de las enfermedades sino su prevención y, en un sentido aún más amplio, la promoción de la salud:
El psicólogo clínico debe salir en busca de su “cliente”: la gente en el curso de su quehacer cotidiano. El gran paso en psicohigiene consiste en esto: no esperar a que venga a consultar gente enferma, sino salir a tratar, intervenir en los procesos psicológicos que gravitan y afectan la estructura de la personalidad, y –por lo tanto- las relaciones entre los seres humanos, motivando con ello al público para que pueda concurrir a solicitar sus servicios en condiciones que no impliquen enfermedad (Bleger, 1966: 37).
Mas adelante, introducirá nuevas precisiones en torno a su concepción de la psicohigiene y su relación con la higiene mental y el campo de la salud pública. Efectivamente, Bleger afirmaba que los objetivos de la psicohigiene estaban “legítimamente por fuera del campo de la salud pública misma” (Bleger, 1966: 108) y aquella era definida como “la utilización de recursos (conocimientos y técnicas) psicológicos para mejorar y promover la salud de la población (y no sólo evitar enfermedades)” (Bleger, 1966: 185). [Ver cuadro 5]
En este sentido, sostenía Bleger, es en la psicohigiene donde el quehacer del psicólogo encuentra su verdadera función social y por ello no debería alentárselo al ejercicio de la psicoterapia:
...si las carreras de psicología se dan como misión fundamental la formación de psicoterapeutas, en ese caso y desde el punto de vista social, las carreras de psicología constituyen un fracaso; [...] se les debe munir [a los psicólogos] de los conocimientos e instrumentos necesarios para actuar antes de que la gente enferme, dentro de actividades grupales, institucionales y de trabajo en la comunidad. (Ibídem)
Bleger sostenía que la función de la intervención del psicólogo en la comunidad era encaminar los cambios sociales en forma armónica y progresiva de modo tal que el psicólogo, como psicohigienista, debería convertirse en un auténtico agente de cambio social. Esta función social del psicólogo, sostenida en un marxismo reformista, se justificaba a partir de una consideración de la sociedad como un cuerpo relativamente integrado, en cuyo seno el psicólogo estaría llamado a operar desde un campo científico autónomo con las herramientas que le provee su saber específico.
Esta tarea centrada en la promoción de la salud podría ser llevada adelante, como referimos anteriormente, en distintos ámbitos, entre los cuales se destaca, por la atención que Bleger le dedicó y por los desarrollos a que dio lugar, el de las instituciones. En efecto, en Psicohigiene y psicología institucional (1966), el análisis del problema de las instituciones ocupa más de un tercio del libro. El autor señalaba allí que la psicología institucional no es un mero vástago de la psicología aplicada, sino más bien un ámbito propicio para la investigación y el desarrollo de la psicología como profesión. En este sentido, la tarea primordial del psicólogo en una institución sería investigarla y analizarla, y no centralizarse en la atención de los individuos enfermos que la conforman. El “cliente” –señalaba Bleger– es la institución misma en su totalidad y dentro de ella el psicólogo es sólo un “colaborador”. Esto no significa que su quehacer pueda homologarse al de un “agente de coerción” dado que sus objetivos siguen siendo la búsqueda de la salud y la plenitud del ser humano.
Cuadro 5 |
Sin ánimo de presentar una clasificación exhaustiva o integral, los tipos de situación o de problemática en los que el psicólogo debe intervenir se pueden agrupar de la siguiente manera: 1) Momentos o períodos del desarrollo o de la evolución normal: embarazo, parto, lactancia, niñez, pubertad, juventud, madurez, edad crítica, vejez; 2) Momentos de cambio o de crisis: inmigración o emigración, casamiento, viudez, servicio militar, etc.; 3) Situaciones de tensión normal o anormal en las situaciones humanas: familia, escuelas, fábricas, etc.; 4) Organización y dinámica de instituciones sociales: escuelas, tribunales, clubes, etc.; 5) Problemas que crean ansiedad en momentos o períodos más específicos de la vida: sexualidad, orientación profesional, elección de trabajo, etc.; 6) Situaciones altamente significativas que requieren información, educación o dirección: crianza de los niños, juegos, ocio en todas las edades, adopción de menores, etc. Como es fácil deducir, el psicólogo interviene en todo lo que incluye o implica seres humanos, para la protección de todo lo que concierne a los factores psicológicos de la vida, en sus múltiples manifestaciones: se interesa, en toda su amplitud, por la asimilación e integración de experiencias en un aprendizaje adecuado, con plena satisfacción de todas las necesidades psicológicas
Fuente: Bleger, José, 1966: Psicohigiene y Psicología Institucional. Buenos Aires, Paidós. p. 40. |
Para la realización de dichos objetivos, el psicólogo debía servirse del método clínico, más precisamente, del encuadre psicoanalítico “adaptado a las necesidades de este ámbito y a los problemas que aquí tenemos que enfrentar” (Bleger, 1966: 66)
Es en este punto que podemos ubicar ese cruce entre la psicología y un “psicoanálisis en extensión” –es decir un psicoanálisis volcado hacia espacios que exceden el marco restringido del consultorio- que estaría llamado a constituirse en el fundamento teórico-práctico de la psicohigiene y que se plasma en el “psicoanálisis operativo”. Esta noción, elaborada por Pichon-Rivière, es una variante del “psicoanálisis aplicado” que, a su vez, toma los aportes del “psicoanálisis clínico” –entendido no sólo como una técnica o una terapéutica sino también como un método de investigación– para intervenir en las “situaciones humanas de la vida concreta” (Bleger, 1966: 178)[20].
La propuesta de Bleger buscaba, entonces, conciliar un programa de intervención pública con un psicoanálisis que, descentrado de su función asistencial e individual, estaba llamado a constituirse en el fundamento de esa práctica psicológica abierta a la comunidad (Vezzetti, 2004).
Ahora bien, en la medida en que la psicohigiene hacía referencia a la formación y a la práctica profesional de los psicólogos, se constituyó en uno de los focos privilegiados de los debates para dirimir conflictos de legitimidad dentro de este nuevo campo disciplinar. Las posturas impugnadoras hacia Bleger no sólo estarán dirigidas a su concepción teórica de la disciplina, plasmada en su Psicología de la conducta, sino también a la forma en que considera la relación entre psicología y sociedad.
Cuadro 6 |
Tres formas del psicoanálisis Hasta aquí nos hemos referido exclusivamente al psicoanálisis clínico (a su valor y trascendencia en los problemas de la salud y la higiene mental), pero debemos también hacer mención del psicoanálisis aplicado, cuyo origen y desarrollo se remonta al mismo Freud. La denominación "psicoanálisis aplicado" no es totalmente correcta, ya que no se trata únicamente de la aplicación del psicoanálisis, sino de un verdadero procedimiento de investigación, y para corroborar lo dicho, basta recordar los estudios de Freud sobre la Gradiva de Jensen, Miguel Ángel, Moisés, el caso Schreber, el pintor Christoph Haizmann, Dostoievski, etc.; y en otro sentido, también estudios como Tótem Y tabú. El psicoanálisis aplicado reduce también la complejidad de los fenómenos, como también lo hace el Psicoanálisis clínico, pero en una dirección muy definida: en la amortiguación del impacto directo de la relación transferencial-contratransferencial, que hace que algunos problemas (como los de la psicosis) puedan haber sido primero investigados más profundamente con el procedimiento del psicoanálisis aplicado. El estudio de obras literarias o artísticas no es el único campo en que resulta posible utilizar el psicoanálisis aplicado, ya que el mismo puede ser beneficioso igualmente en el caso de distintas manifestaciones culturales y de distintos comportamientos o actividades (el espectador, el artista, el inventor, etc.), y también en el estudio de pautas culturales y en el de la interacción individuo-sociedad (Kardiner, Erikson, etc.). […] Los resultados del psicoanálisis aplicado tienen los mismos beneficios y las mismas limitaciones sociales que los resultados del psicoanálisis clínico: no podemos basar directamente en ellos un beneficio inmediato y directo sobre la salud mental de una comunidad entera, pero sus aportes pueden ser vehiculizados, de la misma manera como lo hemos señalado para el caso del psicoanálisis clínico. […]Una tercera forma de psicoanálisis es lo que quiero señalar en esta oportunidad (en relación con el tema básico que en este capítulo me interesa desarrollar) y que puede ser considerado como una variante del psicoanálisis aplicado. Lo denominamos psicoanálisis operativo. Este último se caracteriza por ser un psicoanálisis aplicado, es decir, se realiza fuera del contexto en el que se lleva a cabo el psicoanálisis clínico, pero tiene algunas características especiales que lo diferencian del psicoanálisis aplicado y que quiero ahora señalar: a) Se utiliza en situaciones humanas de la vida corriente, en cualquier actividad o quehacer o en toda institución en la que intervienen seres humanos, es decir, en la realidad y la situación viva y concreta (educación, trabajo, juego, ocio, etc.), y en situaciones de crisis normales por las que necesariamente pasa el ser humano (cambios de lugar, de estado civil, de empleo, paternidad o maternidad, muerte de familia-res, etc.), además de las crisis normales del desarrollo. b) Se indaga —al igual que en el psicoanálisis aplicado— los dinamismos y las motivaciones psicológicas inconscientes, pero se utiliza dicha indagación para lograr modificaciones a través de la comprensión de lo que está ocurriendo, cómo y por qué. c) Esta intervención (operación) se realiza a través de múltiples procedimientos, sea interpretando las relaciones, la tarea, los procedimientos, la organización, la institución, la comunicación, etc., para lograr una modificación de las situaciones, la organización o las relaciones interpersonales, en función de la indagación realizada y de las conclusiones obtenidas. Al introducir la modificación o la interpretación, ello se hace a título de hipótesis, de tal manera que la misma se ratifica o rectifica con la continuidad de la observación. Como se ve, no consiste en una operación única, sino en una reiteración enriquecedora del mismo circuito formado por la observación-intervención-observación. El desiderátum es el de un proto-aprendizaje, es decir, el logro de que los seres humanos puedan reconocer y reflexionar sobre lo que ocurre en un momento dado, reconocer las motivaciones, actuar de acuerdo con ese conocimiento. sin sucumbir de inmediato a la ansiedad y recurrir a mecanismos de defensa perturbadores. d) Hemos tratado de sistematizar el encuadre (la estrategia y la técnica) del psicoanálisis operativo en un trabajo reciente sobre psicología institucional, basado en las experiencias realizadas fundamentalmente a partir de los aportes de E. Pichon Rivière, por lo que no entraremos ahora en los detalles del mismo, que nos apartaría muchísimo de nuestro tema central presente; señalaremos también aquí —al respecto— los trabajos fundamentales de E. Jaques. De igual manera, toda la psicología y psicoterapia grupal de inspiración psicoanalítica debe ser incluida como variantes del psicoanálisis operativo. Un próximo paso todavía necesario en la psicología grupal es el de su utilización fuera del consultorio, es decir, en las situaciones e instituciones de la vida real y diaria. El psicoanálisis operativo abre perspectivas sumamente importantes en el campo de la higiene mental y en el de la psicoprofilaxis, en el hecho de posibilitar una utilización del psicoanálisis en una escala de verdadera trascendencia social. El psicoanálisis operativo no es un psicoanálisis nuevo y distinto; es una estrategia para utilizar los conocimientos psicoanalíticos. Fuente: Bleger, José, 1966: Psicohigiene y Psicología Institucional. Buenos Aires, Paidós. Pp.176 -180 |
3. LOS DEBATES EN PSICOLOGÍA HACIA FINALES DE LOS SESENTA.
El programa teórico-práctico propuesta por Bleger y la posición privilegiada que había conseguido como maestro de las primeras camadas de psicólogos profesionales en los inicios de la década de 1960 comenzaron muy pronto a ser impugnados.
Como veremos en el siguiente apartado, uno de los primeros cuestionamientos explícitos y públicos hacia ese programa tuvo lugar en una Mesa Redonda realizada en 1965. Bleger y su maestro Pichon-Rivière, ambos “representantes de una primera versión del encuentro posible de la psicología, el psicoanálisis y el marxismo, bajo una inspiración reformista” (Vezzetti, 2004: 306), se vieron enfrentados allí por dos figuras que rescataban los ideales revolucionarios y de transformación social tomando como referente fundamental a la Cuba castrista: Antonio Caparrós y León Rozitchner.
Este debate pone en evidencia la apertura de un desplazamiento en los “criterios de legitimidad de la disciplina y en los modos de concebir eso que ya había estado planteado desde los comienzos: la función social del psicólogo” (Vezzetti, 2004: 313).
Este será uno de los principales tópicos en las polémicas que tendrán lugar dentro del grupo profesional hacia finales de la década, en las cuales tendrán un lugar privilegiado las objeciones y cuestionamientos al proyecto teórico-practico blegeriano.
Como se verá en el § 3. 2., esos debates giran en torno a, por una parte, una disputa respecto del estatuto del psicólogo como “agente de cambio”. Esta cuestión tiene como trasfondo el enfrentamiento entre diversas formas de pensar la relación entre práctica científica y transformación social, entre ciencia e ideología.
Por otra parte, hacia el final del período, surgirán una serie de discusiones teóricas cuyo eje central será la relación entre psicología y psicoanálisis. Algunos de estos cuestionamientos serán realizados a partir de una lectura que incorpora una serie de referencias teóricas nuevas y variadas, entre las cuales tuvo un peso fundamental las ideas del estructuralismo francés –especialmente las de Louis Althusser.
3.1 Psicología, ideología y compromiso social.
Como ya hemos señalado, en aquella Mesa Redonda de 1965 es posible apreciar dos posiciones enfrentadas respecto del valor social de las prácticas psicológicas. Bajo el título “Ideología y Psicología concreta”, este evento tenía por objetivo discutir “acerca del significado y sentido de la Psicología Concreta” y su relación con la ideología.
Organizado por una agrupación estudiantil, el Movimiento Argentino de Psicología (MAP), fueron convocados, por una parte, Enrique Pichon-Rivière y José Bleger. Ambos resaltaban en esta Mesa el valor social del psicólogo a partir de las características propias de su ámbito de trabajo, esto es el psicoanálisis operativo y la psicohigiene. Por otra parte, León Rozitchner y Antonio Caparrós[21] relativizaban la importancia de esa función social, en relación con otras prácticas socialmente más valiosas en cuanto a su potencial transformador, tal como la práctica militante. En este sentido, planteaban una redefinición de los límites de la psicología (Del Cueto y Scholten, 2003).
Bleger destacaba la posibilidad de llevar adelante una practica profesional y científica que no se confundiera ni subordinara a la política, ya que no era como psicólogo que se podía ser militante. Ahora bien, era posible, no obstante, asumir un compromiso social desde las prácticas reformistas en la profesión –tal como la psicohigiene- que hacian factible una participacion política sin abandonar el propio campo[22]. En este sentido, la figura de Georges Politzer operaba como ejemplo, pero en este caso como ejemplo negativo. Como ya referimos, a partir de su afiliación al PC Politzer abandonó y repudió la tarea crítica que había desarrollado en el ámbito de la psicología y el psicoanálisis –al cual denuncia ahora como “ideología mistificadora” [Ver § 2.1]. En 1958 todavía era posible, y hasta necesario, para Bleger sostener una continuidad entre los dos períodos de la obra intelectual de Politzer. Pero en 1965 habían cambiado tanto el contexto como sus interlocutores, por lo cual aquella continuidad en la obra de Politzer –sostenida para justificar ante el PCA la pertinencia de un análisis dialéctico y materialista del psicoanálisis– ya no tenía razón de ser. En este momento era más bien la radicalización ideológica la que amenazaba diluir los límites de la ciencia subordinándola a las necesidades políticas. Es en este sentido que Bleger sostiene ahora, retomando una caracterización de H. Lefevbre, que Politzer se habría “automutilado” como psicólogo “en función de una ideología” cuando pasó a la militancia política y se volcó hacia un “economismo (sic) grosero”. Los dos últimos escritos de Politzer eran considerados por Bleger como la expresión de la “mutilación stalinista del humanismo”, que colocaba a la economía en un lugar privilegiado para la comprensión de la realidad.
Por su parte, tanto Rozitchner como Caparrós, efectuaban una evaluación muy diferente de la trayectoria intelectual de Politzer. En efecto, para estos autores no habría una “automutilación” politzeriana sino más bien una “necesidad”. Para Rozitchner, el pasaje de Politzer a la economía no era una “automutilación” sino un pasaje a un nivel más general que engloba y determina a la psicología [Ver cuadro 7]. En este sentido, volverá, al igual que Caparrós, sobre esta figura de la mutilación pero para invertir sus términos: “la mutilación consistía –para estos autores- en mantener la ilusión de la autonomía y la especificidad de un campo científico” (Vezzetti, 2004:309) y no en el pasaje a la economía y la militancia política.
Cuadro 7 |
León Rozitchner: …Yo querría ahora tomar un ejemplo, continuar mejor dicho el ejemplo que tomó el Dr. Bleger cuando habló de Politzer, porque me pareció muy significativo. Politzer, como ustedes saben, dejó la psicología, y fue enormemente lamentable que un hombre tan dotado como él, dejara la psicología. Pero habría que agregar que Politzer dejó la psicología por la economía, y que dejó al mismo tiempo la psicología para pasar a descubrir la necesidad de relación con el mundo a partir de ese ámbito más global. Que si bien se desentendería momentáneamente del nivel de lo psicológico, se comprometió a nivel de una tarea que él tal vez descubriera como más urgente que la del drama psicológico. Quiero decir que descubrió la necesidad, en el momento crucial por el que pasaba Europa, de dedicarse al análisis de los procesos económicos y a la militancia política. Yo creo que en ese sentido, desde el exclusivo ángulo de la psicología si se le puede reprochar a Politzer el haberla abandonado. Pero la comprendiéramos ahora desde el ángulo filosófico, (y ése es el privilegio de la filosofía), podríamos comprender también que la elección que realizó Politzer la hizo a partir de los análisis que él tomó del psicoanálisis. El descubrió tal vez los límites del análisis individual en el estudio, en la profundización de la teoría que él aprendió en Freud. Antonio Caparrós: …Yo iba a comenzar planteando lo mismo que planteó Rozitchner al final, es decir, retomar el análisis de Politzer. […] El problema de que puede estar equivocado Politzer, como decía Rozitchner, en cuanto a haber dejado la Psicología, sería muy dudoso y muy difícil saberlo, pues evidentemente él no dejó la Psicología para abstenerse de toda actividad. La cambió, y eso es legítimo por otra área de conocimiento donde él se sentía más valioso, más trascendente, más importante, para lo que se jugaba en ese momento. El fue uno de los fundadores y directores de la Universidad Obrera y uno de los primeros fusilados por los nazis en Francia. No creo que eso sea un automutilamiento de nadie. Por otra parte se planteaba cómo integrar esas tareas, yo diría cómo integrar al psicólogo. Quisiera decir que no sólo debemos ocuparnos de cómo se integra la Psicología en el quehacer del hombre, de cómo integra el psicólogo sus otras tareas sino también de como integra la Psicología al hombre que hace Psicología. […] No basta con ser psicólogo hace falta ser hombre, como hombre hace falta asumir su momento, su tiempo, su etapa histórica y militar según determinados objetivos. Y como psicólogo hay que ser un militante que hace psicología.
Fuente: Bleger, Caparrós, Pichón-Rivière, Rozitchner, 1969: “Ideología y psicología concreta” en Cuadernos de psicología, año I, número 1. |
En efecto, según Rozitchner, los desequilibrios de los que se ocupa el psicólogo son el producto de una estructura social determinada por la división de clases, que lo determina a su vez a él como profesional. De esta manera, el psicólogo se ve enfrentado, en tanto especialista, con la necesidad de transformar radicalmente esa estructura social alienante. Desde este punto de vista, una práctica profesional que se proponga tan solo abordajes parciales o intervenciones de objetivos limitados –es decir, un camino de rectificación o reforma como el que Pichon-Rivière y Bleger habían expuesto– tendía solamente a la preservación de esa estructura social
Desde una perspectiva similar, Caparrós privilegiaba la figura del militante por sobre la del científico profesional. Para este autor, la actividad militante es “la actividad del hombre”, es la actividad que nos conecta con el “todo social”, mientras que, por el contrario, la actividad científica, la del especialista, es la que nos diferencia de este “todo social”. Desde este punto de vista, la postura de Bleger, al exaltar la especificidad del campo científico, resultaría peligrosa en la medida en que podría profundizar la alienación del psicólogo. El desarrollo científico y profesional –continúa Caparrós– constituye sólo una faceta del hombre, el cual es una totalidad histórico-social. El compromiso implicaba entonces una toma de posición en la lucha de clases, colocando al psicólogo en la necesidad de “elegir entre ser hombre y ser especialista”[23]. La primera opción conduciría, en último término, al abandono de la disciplina, como lo había hecho Politzer.[24]
Una trascripción de esta Mesa Redonda será publicada en 1969, cuando vea la luz el primer número de los Cuadernos de Psicología Concreta (CPC) –primera publicación periódica, en el país, dirigida exclusivamente por psicólogos. No deja de resultar llamativa la decisión de inaugurar esta revista con la publicación de una mesa redonda que había tenido lugar cuatro años antes.
Esta trascripción parecería indicar que los temas que se debatían en 1965 continuaban teniendo algún grado de vigencia. Sin embargo, es preciso señalar que el contexto político, social e institucional era completamente diferente. En efecto, un mes después del ascenso de Onganía al poder, en 1966, se había producido la intervención de todas las Universidades nacionales por el PEN. El caso de la UBA fue particularmente conflictivo: a la toma de diferentes sedes, la policía respondió con una violencia inusitada, encarcelando a un significativo número de estudiantes y docentes. Como consecuencia de este episodio, conocido como la “noche de los bastones largos”, una gran cantidad de profesores presenta inmediatamente su renuncia –fenómeno que tiene una especial repercusión en el caso de la carrera de psicología, que quedo prácticamente vaciada* y cuyas clases se suspendieron casi un año. Esa verdadera zona cultural (librerías, bares, centros de investigación y galerías de arte) que estaba ubicada en los alrededores de la Facultad de Filosofía y Letras fue desmantelada al distribuir las diferentes carreras a sedes muy alejadas entre sí. Desde ese momento, la carrera de psicología trasladó todas sus actividades a una nueva sede sita en Independencia 3065.
El problema de la relación entre ciencia y política, entre conocimiento científico e ideología pasará a ocupar un lugar cada vez más central en el ámbito intelectual y científico, fundamentalmente a partir de los movimientos populares que tuvieron lugar en 1969 (entre ellos el más significativo es el “Cordobazo”). Es con ellos que se produce una vertiginosa aceleración del proceso de radicalización política e ideológica, cuyos inicios es posible rastrear hacia comienzos de la década, de amplios sectores de la intelectualidad vernácula.
En el ámbito específico de la psicología, ya en octubre de 1968 se había organizado el Primer Encuentro para la Revisión Crítica de la Psicología, como consecuencia de ciertos desacuerdos surgidos durante la organización del III Congreso Argentino de Psicología. En aquel Encuentro, se abordaron algunos de los temas que habían sido centrales en aquella Mesa Redonda, tales como psicología e ideología y el rol del psicólogo en la Argentina. Algunos de los organizadores de este Encuentro formaran parte, un año después, del Consejo Editorial de los CPC.
En aquel primer número de los CPC se publicaba, junto a la Mesa Redonda sobre “Ideología y Psicología Concreta”, un artículo de Hernán Kesselman[25]: “Responsabilidad social de psicoterapeuta”. El autor se proponía allí abordar el problema de la relación entre práctica profesional y compromiso político. Respecto a este artículo interesa destacar el hecho de que se le otorgue un lugar al problema de la psicoterapia en una revista dirigida por y para psicólogos, quienes en virtud de la legislación vigente no podían ejercerla -aunque es ampliamente conocido que esta restricción legal no impedirá que la actividad de los psicólogos se oriente casi exclusivamente en esa dirección ya desde el egreso de las primeras camadas a comienzos de la década del sesenta.
En términos generales, el autor pretendía poner de manifiesto que los profesionales de la salud habían sido víctimas de una falsa opción al tener que elegir entre una “mutilación profesional”, que dejaría fuera de su campo de observación toda referencia a la realidad político-social, o una “aceptación resignada”, que los llevaría a defender teorías y técnicas psicológicas obsoletas e inadecuadas pero “no contaminadas por la burguesía”. Cualquiera de estas opciones, sostenía Kesselman, producía una vida profesional disociada y contradictoria.
Un cuestionamiento directo a Bleger se revelaba cuando sostenía que el psicoterapeuta no se convierte en “agente de cambio social” a través de su practica profesional. En efecto, si el campo profesional es solo una parte subordinada del contexto social, el alcance de los efectos del ejercicio profesional sobre la sociedad no podría ser más que limitado[26].
Los debates que hemos presentado en este apartado constituyen el inicio de una serie que, en los años inmediatamente posteriores, no harán más que multiplicarse y extenderse a diversas publicaciones y eventos. Este ambiente polémico será finalmente clausurado hacia mediados de la década de 1970, tras el fugaz retorno de Perón a la presidencia y su muerte en 1974.
3.2 Los debates en la RAP: los psicólogos, el psicoanálisis.
Obviaremos, por inútiles, los habituales augurios y autojustificaciones, para hacer de entrada una advertencia: esta revista reflejará las contradicciones del grupo profesional que la publica. No se buscó suprimirlas en procura de mayor “coherencia”, ni de una coincidencia ideológica científica, o de otro tipo, con las opiniones de la Dirección. (“Presentación” en RAP, año I, número I, 1969)
Otro espacio de polémica dentro del ámbito de la psicología, hacia fines de la década de 1960, lo constituyó la Revista Argentina de Psicología, órgano oficial de difusión de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires[27]. En esta publicación se pondrán de relieve, en algunos casos de manera explícita, “las contradicciones del grupo profesional que las publica” (RAP, I, 1969). Más allá de la diversidad de temas abordadas por los diferentes autores, dos textos incluidos en el primer número de la RAP ponen claramente de manifiesto las referidas contraposiciones en el seno mismo de la institución que esta revista pretende representar.[28]
El primero de los textos aludidos es una abreviada trascripción de la Mesa Redonda sobre "El quehacer del psicólogo en la argentina de hoy", llevada a cabo en 1968. Entre otras otros participantes, Isabel Calvo y Diana Averbuj, dos psicólogas con un perfil claramente diferente[29], muestran apreciaciones coincidentes respecto de “la situación del psicólogo en la Argentina de hoy”, el “desconocimiento recíproco” y la “falta de comunicación y necesidad de contacto entre los psicólogos, dentro y fuera de la Asociación”.
Pero aquí nos interesa más destacar un segundo texto, el cual introduce una temática que se constituiría en uno de los ejes centrales de los debates teóricos dentro de la RAP: el psicoanálisis. En efecto, “El psicólogo y el psicoanálisis” de Juana Danis se dirige explícitamente a quienes “buscan su identidad de psicólogos en una modalidad de trabajo profesional” que no implique un rechazo del psicoanálisis ni tampoco una indiferenciación entre psicólogo y psicoanalista.
Siguiendo una veta de neto cuño blegeriano, la autora presentaba una clara distinción entre el psicólogo y el psicoanalista en lo que se refiere a su ámbito y modo de intervención.
En un momento en que, según Danis, comenzaban a tomar un notorio relieve la dinámica social y la interrelación humana, se introducen cambios en el campo laboral que obligan al psicólogo a dejar su rol de testista y “a asumir un nuevo rol social distinto al del psicoanalista y distinto al del psiquiatra”. La investigación de graves perturbaciones de la personalidad (psiquiatría) o la investigación del inconsciente (psicoanálisis) no serán su “principal misión” pero “tampoco las excluirá de su esfera”.
La esencia profesional del psicólogo era, afirmaba la autora, la psicoprofilaxis, la higiene mental y aún más: el psicólogo es engendrado, se desarrolla y lucha con el fin de “estar en todos los lugares donde se necesita del especialista que sabe asistir los momentos de cambio” (Danis, 1969: 79). El encuadre del psicólogo sería entonces más amplio y flexible que el del psiquiatra y el psicoanalista. Su disponibilidad o accesibilidad debían ser mayores a la de sus colegas de otras profesiones puesto que su tarea era la de ser “partero de los cambios de la comunidad en que vive”. En este sentido, su ámbito de intervención lo acercaba más a las tareas del sociólogo y del antropólogo que a la del psicoanalista, aún cuando el psicólogo contara con los conocimientos psicoanalíticos dentro de su “bagaje instrumental”.
En el tercer número de la RAP, su director, Roberto Harari, publica un artículo en el que se proponía desmantelar los presupuestos que sostienen la argumentación de Danis.
Inscribiéndose en una posición que lo ubicaría “en la entraña misma del pensamiento y el quehacer científico contemporáneo”, el autor buscaba profundizar entonces la problemática propuesta en el artículo de Juana Danis –aunque más no fuese, afirma el autor, en su título.
En efecto, a partir de una combinación de referentes teóricos que, vista desde el presente, podría ser considerada como ecléctica –Foucault, Lévi-Strauss, Althusser y Lacan son conciliados con Politzer, Sartre y Wallon- se trataba allí de remarcar la importancia fundamental de la teoría y la construcción de los conceptos científicos por sobre los aspectos técnicos, prácticos o profesionales[30].
Harari definía al psicoanálisis como una teoría, una terapia y un método de investigación, argumentando que aquel no es un significante que, por sí mismo, exprese una profesión sino que
El psicoanálisis es, en primer lugar, una ciencia –como tal, teoría- con su objeto de estudio específico: el inconsciente (Harari, 1970)
Los términos “psicólogo” y “psicoanalista” refieren a profesiones y el término “psicoanálisis” remite a una ciencia. Por lo tanto, la empresa de Danis –diferenciar el rol del psicólogo del rol del psicoanalista- se presenta como problemática en tanto que, ya desde el título del artículo, intenta articular significantes que “no son ni con mucho superponibles”.
Es necesario, entonces, otorgar preeminencia a los aspectos teórico-conceptuales que hacen del psicoanálisis una ciencia y no una profesión. La investigación de lo inconsciente, continúa Harari, es aquella que “valida y legaliza científicamente” la práctica del psicólogo. Una práctica que no debe limitarse al “empirismo ingenuo” en el que quedan atrapadas las propuestas de Danis, sino que debe “traspasar la observación pura y simple” y fundamentarse en la “interpretación del inconsciente, que se exhibe y se oculta inscripto en el discurso relatado y significativo” del sujeto.
El trasfondo de esta polémica es, finalmente, la discusión por las formas en que los psicólogos deberían apropiarse del psicoanálisis. En este sentido, el verdadero objetivo de la crítica de Harari no puede menos que ser Bleger en tanto fue quien, a través de su enseñanza, introdujo los aportes del psicoanálisis como una herramienta fundamental en la formación de los psicólogos. No obstante, como el propio Harari reconocerá más tarde, en la medida en que el prestigio de Bleger obstaculizaba una crítica directa a su persona esta sería dirigida a un “eslabón intermediario”: su discípula Juana Danis[31].
Una perspectiva fructífera para entender estas polémicas surge a partir de la categoría de campo propuesta por el sociólogo Pierre Bourdieu. En términos generales, la autonomía de un campo científico o profesional se constituye a partir de una operación que permite delimitar sus características específicas y diferenciales respecto de otro u otros campos. En este sentido,
un campo profesional no puede separarse de la constitución de una comunidad con sus criterios de pertenencia y de legitimación, normas "internas" e, inevitablemente, líneas de fractura y de luchas internas y externas. (Vezzetti, 2004:319)
Las luchas internas por las posiciones privilegiadas dentro de cada campo están determinadas por la configuración particular del propio campo. Ahora bien, quienes se encuentran en posiciones marginales en el interior del campo (heterodoxia), en la medida en que pretendan desplazar y reemplazar a quienes ocupan las posiciones hegemónicas (ortodoxia), deben realizar ciertas operaciones tendientes tanto a una mayor acumulación de “capital” simbólico como a lograr una mayor valoración del capital ya disponible.
Esta polémica –así como muchas otras del mismo período– puede ser pensada en términos de campo, en el cual los debates teóricos, pero también los ideológicos, se articulaban con las luchas entre “los viejos y los nuevos, los establecidos y los que pugnaban por imponer una nueva legitimidad” (Ibídem). En este sentido, el estructuralismo -y particularmente el pensamiento de Althusser- se constituyó en una herramienta teórica e ideológica eficaz para intervenir en estas disputas de campo, en tanto remiten a ese doble horizonte –marxismo y psicoanálisis- que Bleger había ya intentado articular desde finales de la década de 1950.
Cuadro 8 |
Un eje fundamental de las ideas propuestas por Louis Althusser es la distinción entre ciencia e ideología, explícitamente inspirada en las nociones de obstáculo y de corte epistemológico de Gastón Bachelard. A partir de estas nociones, este último busca poner de relieve, por un lado, la inercia o el retraso que ciertas tendencias o hábitos intelectuales imponen al progreso del conocimiento científico. Tal es el caso de las generalidades que se establecen a partir de la “observación natural”, de “una especie de registro automático que se apoya sobre los datos de los sentidos” –lo cual busca demostrar en la abusiva extensión de conceptos como coagulación y fermentación durante el siglo XVII (Bachelard, 1934:74-79). Es en este sentido que Bachelard sostenía que hay un corte, una discontinuidad entre una mera fenomenología y un conocimiento auténticamente científico. [Véase “Fenomenotécnia” en “Una historia crítica de la psicología” de Nikolas Rose]. A grandes rasgos, una de las principales novedades que Althusser introduce en este esquema es el establecimiento de una articulación entre aquellas nociones de obstáculo y corte epistemológico* con la noción de ideología. Son estas nociones, por ejemplo, las que le permiten establecer una periodización de la obra de Marx y diferenciar un período “ideológico” (las obras de juventud, que sirvieron de base para una interpretación humanista de Marx) de un período “científico” que es “posterior a la ruptura de 1845” (Althusser, 1965: 25). En este sentido, allí donde el conocimiento empirista establece una identificación entre el objeto de conocimiento y el objeto real, sensible, perceptible (o al menos una parte de él), Althusser ubica una diferencia. El objeto real y el objeto del conocimiento difieren en tanto responden a distintos procesos de producción y generan efectos diferentes (efectos de conocimiento, efectos de reconocimiento, etc.). Para Althusser, el proceso de producción de un conocimiento científico es el resultado de una práctica teórica que define, citando a Marx, como un “’trabajo de transformación de la intuición y de la representación en conceptos’ […] El conocimiento […] no trabaja, pues, sobre el objeto real, sino sobre su propia materia prima, que constituye –en el sentido riguroso del término- su ‘objeto’” (Althusser, 1967:48) Este autor buscar distanciarse así de una concepción empirista o de un realismo ingenuo que entiende al conocimiento como una abstracción que separa, en un objeto real, sus aspectos secundarios o accesorios de su esencia. El producto y los efectos de una práctica de este tipo correspondería, en el esquema althusseriano, a un conocimiento pre-científico, al igual que el conocimiento que se produce a partir de lo que denomina la práctica ideológica. Así como para Bachelard “se conoce en contra de un conocimiento anterior, destruyendo conocimientos mal adquiridos”, es posible afirmar que para Althusser un conocimiento científico se establece contra la ideología, esta última constituye la prehistoria de la práctica teórica científica –lo cual no implica que la primera pueda llegar a sustituir a la segunda. La ideología –“sistema (que posee su lógica y su rigor propios) de representaciones (imágenes, mitos, ideos o conceptos según los casos), dotados de una existencia y de un papel históricos en el seno de una sociedad dada” (Althusser, 1965:191) – al tener una función práctico-social más que teórica (o de conocimiento) encuentra su fundamento en lo sensible, en el sentido común, en lo cotidiano. La ideología está compuesta esencialmente de elementos ilusorios, imaginarios, que expresan voluntades, vivencias, necesidades o sentimientos pero no llegan a producir un conocimiento científico. En realidad, la ideología tiene muy poco que ver con la “conciencia”, si se supone que este término tiene un sentido unívoco. Es profundamente inconsciente […] La ideología es, sin duda, un sistema de representaciones, pero estas representaciones […] se imponen como estructuras a la inmensa mayoría de los hombres, sin pasar por su “conciencia”. Son objetos culturales percibidos-aceptados-soportados que actúan funcionalmente sobre los hombres mediante un proceso que se les escapa. […] la relación “vivida” de los hombres con el mundo, comprendida en ella la Historia (en la acción o la inacción política), pasa por la ideología, es la ideología misma. (Althusser, 1965:193)
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3.3. Hacia una ciencia del inconsciente.
Psicólogo de formación, perteneciente a la segunda camada de egresados de la carrera de la UBA, Carlos Sastre había sido alumno de Bleger y había formado parte del plantel docente de la cátedra “Psicología II”, a cargo de Antonio Caparrós.
Más tarde, asistirá a los grupos de estudio organizados tanto por Eliseo Verón como por Oscar Masotta[32], en los cuales se provee de las herramientas teóricas del estructuralismo althusseriano y del psicoanálisis lacaniano.
En el número 4 de la RAP, Carlos Sastre publicó un artículo crítico en el cual ponía en entredicho el proyecto teórico expuesto por Bleger en su Psicología de la conducta, al señalar sus “defectos epistemológicos, teóricos y prácticos” (Sastre, 1974:149).
Este artículo fue posteriormente publicado en su primer libro, en donde definía a la psicología como una red ideológica, donde se anudan múltiples discursos seudocientíficos[33], que encuentran su núcleo organizador en la confluencia de fenomenología, psicoanálisis y marxismo humanista preconizada por Politzer, Lagache y Bleger. Sastre se proponía invertir la dirección trazada por estos autores y, más que una unificación, llevar adelante una desarticulación conceptual que permitiera poner en evidencia su carácter ilusorio o imaginario.
Con este objetivo, los cuestionamientos giraban en torno a tres ejes:
En primer lugar, realizaba una critica teórico-epistemológica, al señalar la degradación a que se vería sometido un psicoanálisis que, integrado a una teoría general de la conducta, se vería despojado de aquello que constituiría su verdadero fundamento: el inconsciente.
Por otro lado, presentaba un cuestionamiento teórico-ideológico que apuntaba al corazón mismo del proyecto blegeriano de una nueva psicología, esto es, el eclecticismo que pretendía superar la dispersión y fragmentación teórica de la disciplina. Sastre señalaba allí el carácter ideológico que persistía en el centro de esta propuesta al diluirse la distinción entre objeto de conocimiento y objeto real. En este punto es posible reconocer la impronta del pensamiento estructuralista de Althusser, ya que para este autor la ciencia se constituye siempre contra la ideología, en ruptura con ésta, y define así su objeto como algo distinto de lo perceptible, del objeto sensible, “real”.
Finalmente, Sastre dirige un cuestionamiento teórico-político, cuando objeta el marxismo humanista de Bleger. En efecto, Sastre pone en cuestión el uso que Bleger le imprime a las categorías del materialismo dialéctico e histórico para fundamentar su pretensión de una psicología unificada en torno a la noción de conducta. Según Sastre, poco quedaría del marxismo cuando se lo lee a través de categorías “fenomenológicas” que identificarían, según la particular lectura de Sastre, al mundo sensible con el mundo real. Las nociones de contradicción, de totalidad y aufheben, se volverían, en la obra de Bleger, meros formalismos que pierden, de esta manera, su potencial crítico.
Hacia el final del artículo, el autor caracteriza al proyecto de Bleger como una fenomenología del comportamiento, que debe ser reemplazada por una ciencia del inconsciente que posibilitaría desarrollar los caminos trazados por Freud y Marx.
Es necesario destacar aquí que de esta forma, Sastre traslada al ámbito de la psicología en Argentina la impugnación general que, en el campo cultural francés, había recibido la tradición fenomenológica -especialmente las ideas del filosofo Jean-Paul Sastre- de los autores enmarcados dentro de la corriente estructuralista (Lévi-Strauss, Lacan, Foucault y Althusser)
En este sentido, puede pensarse esta impugnación hacia Bleger en términos similares a los que ya hemos presentado en el apartado anterior. Se trataría, por un lado, de reproducir a nivel local estrategias que en Francia habían resultado eficaces para imponer una nueva ortodoxia; por otro lado, vemos aquí nuevamente articuladas cuestiones generacionales, teóricas e ideológicas en una lucha por la legitimidad dentro del campo profesional en Argentina.
Esta posición crítica de los jóvenes psicólogos frente a quien había sido una figura clave durante su formación se volverá aún más explicita a partir de la muerte del propio José Bleger en 1972. En efecto, volúmenes como El rol del psicólogo (1973), La psicología, red ideológica (1974) y Teoría y técnica psicológica de comunidades marginales (1974) no harán más que ampliar y profundizar la impugnación de aquella psicología de la conducta y aquel perfil psicohigienista que Bleger había ofrecido a los psicólogos diez años atrás.
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UBA: Universidad de Buenos Aires
UNT: Universidad Nacional de Tucumán.
[1] Según lo expresa Emilio Gijaba (que pertenecía a la Facultad de Derecho desde 1949, así como al Centro de Estudiantes): “El proyecto peronista estaba dado claramente, la Ley Universitaria del ’47 lo marcaba, era una Universidad autoritaria, enmarcada en cánones rígidos dirigidos por el Ministerio de Educación. Se elegían los rectores y decanos a dedo, sin participación estudiantil y con los delegados que se elegían de los estudiantes –a dedo- por el decano. [...] El nuestro era el proyecto reformista que [...] se plasma después del ’56 con los rectorados de José Luis Romero, Rizieri Frondizi y Fernández Long, que era abierto, reformista, con gobierno tripartito, igualitario, [...] con los concursos libres, con la famosa cátedra paralela, con libertad de cátedra” (Töer/1, 1988: 22-23).
[2] El catálogo de septiembre de 1958, por ejemplo, presenta títulos en arte y estética; arquitectura contemporánea; música; poesía y literatura; colección interciencia; colección historia de la arquitectura; colección ideas de nuestro tiempo; colección el hombre, la sociedad y la historia.
[3] Como ya hemos señalado, los profesores que habían participado en la Universidad durante el gobierno peronista fueron expulsados de la misma. A partir del 1955 para ser profesor en la UBA era preciso demostrar - mediante una serie de mecanismos- que no se había tenido vinculación alguna con el antiguo régimen.
[4] En EEUU, en 1892 ya se había fundado la American Psychological Association que agrupaba a los primeros psicólogos profesionales. Las carreras de grado en América Latina surgirán medio siglo después: en Guatemala en 1946, en Colombia y Chile hacia 1947, en Brasil en 1953 y en Perú en 1955. En Francia la carrera se instituye en 1944 y más tardíamente en Suiza (1965), Rusia (1966) y España (1968).
[5] Lo cual no quiere decir que no hubiera psicología antes de esa fecha, sino que se trataba de una “psicología sin psicológos” tal como puede concluirse a partir de lo desarrollado en el Módulo IV- Primera parte.
[6] De hecho, y según lo consignado en sus Actas, la iniciativa para la organización de este Primer Congreso provino inicialmente del Instituto de Ciencias de la Educación dependiente de la Facultad y Filosofía y Letras (UNT).
[7] Tanto Alejandro Dagfal (1998b) como Hugo Klappenbach (s/f), a partir de lo desarrollado por Mangone y Warley (1984), han propuesto articular este sesgo de la psicología hacia comienzos de la década de 1950 con las características de la producción académica durante el gobierno peronista del período 1946-1955, más precisamente con las políticas plasmadas en los planes quinquenales y en la Constitución de 1949.
[8] Los casos más ilustrativos en este sentido, pero no los únicos, son: uno de los artículos presentados por García de Onrubia en el Primer Congreso Argentino de Filosofía (1949), que sostiene una explícita impugnación de las tesis de Sperman sobre la inteligencia; el de Plácido Horas, que dirigió el Instituto Pedagógico de San Luis y presentó al Primer Congreso Argentino de Psicología una “Comparación entre las pruebas de Goodenough y de Koch, aplicadas a niños de grados inferiores”; y el de Oscar Oñativia que poco años después llegó a diseñar su propio test.
[9] Anónimo (1954) “Primer Congreso Argentino de Psicología”, Humanidades, 4, p. 122. Incluido en Dagfal, A. y Borinsky, 1999: Compilación de bibliografía primaria sobre la profesionalización de la psicología en Argentina.
[10] Pablo Buchbinder afirma que en 1952 y 1954 se presentaron dos proyectos en la UBA que apuntaban a la creación del título de psicólogo y que fueron rechazados, con distintos argumentos, por el Consejo Superior (Buchbinder, 1997).
[11] Sobre las producciones de Romero Brest durante el gobierno de Perón puede consultarse el capítulo I (“El arte moderno en los márgenes del peronismo”) del libro de Andrea Giunta, Vanguardia, internacionalismo y política. Sobre el proyecto de Germani de una sociología científica, véase Los intelectuales y la invención del peronismo de Federico Neiburg y la reciente biografía de Ana Alejandra Germani publicada bajo el título Gino Germani. Del antifacismo a la sociología.
[12] Por ejemplo: Introducción a la psicología, Buenos Aires, Ed. Columba, 1955..
[13] Enrique Butelman estuvo además a cargo de diversas materias de la carrera de psicología en la UBA y, junto a Jaime Bernstein, tambien docente de la carrera, había fundado la editorial Paidós en 1945. Marcos Victoria había redactado el prólogo del primero libro publicado por esta editorial: Conflictos del alma infantil de Carl Gustav Jung.
[14] Sobre la recepción de las ideas freudianas y la historia del psicoanálisis en la Argentina, vease Vezzetti (1996), Plotkin (2003), Balán (1991).
[15] Si nos limitamos solamente a Psicología de la conducta, vemos que este libro agota cuatro ediciones, a través de EUDEBA, entre 1963 y 1967. En 1973, es editado a través de la Editorial Paidós que, a lo largo de nueve años, realiza diez reimpresiones del libro. En 1983, esta misma editorial, lanza una segunda edición que será reimpresa un año después.
[16] La noción de esquemas referenciales, tomada de su maestro Pichon-Rivière, refiere al hecho de que siempre pensamos y actuamos guiados por ciertas ideas, actitudes, experiencias previas, etc., que operan un recorte y condicionan nuestra manera de concebir el mundo, nuestra manera de ver la realidad.
[17] Es necesario también tener presente que, en 1954, la resolución Nº 2282 del Ministerio de Salud Pública había establecido que la práctica del psicoanálisis solo podía ser llevada a cabo por quienes poseían un título médico
[18] Esta clase inaugural fue publicada originalmente en Acta psiquiátrica y psicológica Argentina, en 1962. Posteriormente será incluida en su libro Psicohigiene y psicología institucional de 1966. Las referencias remiten aquí a esta última edición.
[19] En el seno de la Sociedad de Neurología y Psiquiatría de la Asociación Médica Argentina se fundaba, en diciembre de 1929, la Liga Argentina de Higiene Mental, bajo la presidencia de Gonzalo Bosch –director del Hospicio de las Mercedes (actual Hospital José T. Borda). Véase Klappenbach, Hugo (Klappenbach,1999)
[20] Bleger sostiene que “el valor social del psicoanálisis, en cuanto terapia es bastante limitado. [...] El psicoanálisis clínico no puede, de ninguna manera, resolver por sí mismo el problema de la salud mental, en la amplitud y extensión en que ello se hace necesario en el presente” (Bleger, 1966: 172). El psicoanálisis sólo adquiere relevancia social merced a los conocimientos que aporta como fruto de su práctica; son estos resultados los que podrían ser aplicados en los programas de higiene mental [Ver cuadro 6].
[21] Antonio Caparrós: había nacido en España en 1926. Médico-psiquiatra de formación y miembro del Partido Comunista Argentino hasta comienzos de la década del sesenta, dictó en el Departamento de psicología de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, las materias “Psicologia I” y “Psicología II”. Hacia 1964, fundó y dirigió el Instituto de Psicología Concreta, cuyas actividades se centraban en la formación teórica y la práctica clínica en psicoterapia. En esos años, mantuvo contacto con Ernesto “Che” Guevara y realizó al menos una visita a la Cuba castrista. Su posterior alejamiento del PC encontró un motivo fundamental en la postura de esta agrupación política respecto de los movimientos revolucionarios en Latinoamérica.
León Rozitchner: nació en Chivilcoy en 1924. Doctorado en filosofía, estudio en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires y en La Sorbona de París. Entre 1964 y 1966 dictó en el Departamento de psicología de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA una serie de seminarios bajo el título “Freud y Marx”. Durante su estadía en la Cuba revolucionaria en el año 1962 escribió su libro Moral burguesa y revolución, en donde presentaba un análisis detallado de las entrevistas realizadas a los prisioneros que habían participado en la invasión a Bahía de Cochinos.
[22] Respecto a esta figura del “intelectual comprometido” observa Silvia Sigal que “existen diferencias sustanciales entre el saber sobre la sociedad que sustenta una militancia politica -la dimension letrada de los militantes-, y las consecuencias ideologicas de una actividad organizada alrededor del conocimiento -la dimension ideologica de los letrados” (Sigal, 2002:8).
[23] Como afirma Vezzetti “El problema planteado se refería a la autonomía de la psicología como práctica y como saber sobre el sujeto humano. Y la discusión sobre la ideología y el «compromiso» venía a situarse en el punto en que esa autonomía quedaba desmentida o cuestionada” (Vezzetti, 2004: 306-307).
[24] Ese mismo año, 1965, Caparrós desarrolló argumentos similares en algunas de las ponencias que presentó en el Segundo Congreso Argentino de Psicología. En estos trabajos presentaba formas alternativas para pensar el tema del compromiso y la función social del psicólogo. Este evento evidenció, a su vez, el protagonismo que habían adquirido los nuevos docentes, graduados y estudiantes de las diferentes carreras e instituciones de psicología que se encontraban en funcionamiento a lo largo del país.
* Bleger fue uno de los primeros en presentar su renuncia al cargo de Profesor.
[25] El autor era médico-psiquiatra, formaba parte de la APA y ya para ese momento había participado en la fundación del grupo Plataforma Internacional, que conformaba una franja crítica en el interior de la propia International Psychoanalytical Association. También formaba parte del equipo asistencial del “Lanus” (Hospital Araoz Alfaro) donde coordinaba las actividades de un grupo de psicólogos, junto a los cuales publicará en 1970 el libro Psicoterapia Breve, prologado por Bleger.
[26] En términos similares se manifestaba A. Caparrós en una segunda mesa redonda también referida a la temática “Ideología y Psicología concreta”. Allí se preguntaba si es pertinente la comparación de la actividad de un psicólogo, definido en términos de “agente de cambio”, con la tarea del militante que participa en un movimiento tendiente a una transformación profunda del país. Para Caparrós esta comparación era improcedente en tanto los cambios o transformaciones que realiza el psicólogo mantendrían el sistema en lugar de transformarlo. Al restringir su campo de acción a aquello que les es pedido sería imposible incluir cuestiones ideológicas en la práctica del psicólogo. Entonces, para Caparrós, la práctica psicológica es un momento particular de la praxis del psicólogo que debería guiarse hacia la actividad ideológica y más precisamente hacia una actividad militante que es su fundamento. No hacerlo de este modo solo llevaría al psicólogo por un camino que conduce a la alienación.
[27] La Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA) había sido creada en el año 1962 a instancias de la primera camada de egresados de la carrera, conformada casi en su totalidad por mujeres.
[28] La explicación de estas contradicciones no se agota en simples esquemas generacionales o de género: no se trata exclusivamente de un enfrentamiento entre quienes fundaron la APBA, que en su gran mayoria eran mujeres, y una segunda generación de psicólogos, cuyos representantes masculinos comenzaron a asumir un rol crecientemente directivo dentro de esta Asociación.
[29] Isabel Calvo formó parte del grupo fundador y fue la primera presidente de APBA. Diana Averbuj era una joven profesional que pertenecía a la segunda generación de psicólogos y poco más tarde sería miembro del consejo de redacción de los CPC.
[30] En este punto es posible apreciar la impronta de las ideas de Louis Althusser respecto de la relación entre teoría y práctica científica [Ver cuadro 8 y § 3.3].
[31] Por otra parte, no hay que olvidar que Bleger no particaba de la actividad académica desde la renuncia en 1966 a sus cargos en la carrera de psicología de la UBA.
* Es necesario tener en cuenta que, en las versiones castellanas de la obra de Althusser, se ha traducido la coupure epistemologique de Bachelard como ruptura epistemológica, a pesar de que la referencia es explícita y, en el original, los términos son idénticos.
[32] Oscar Masotta (1930-1979). Intelectual autodidacta, sus primeras publicaciones se sitúan principalmente en el terreno de una crítica literaria con una explícita inspiración sartreana. Hacia mediados de la década de 1960, comenzó a incursionar en el terreno del arte experimental, dictando conferencias y dirigiendo seminarios en el ITDT y publicando textos dedicados al “pop”-art y los happenings. Paralelamente, comenzó a interesarse por la obra del psicoanalista francés Jacques Lacan, cuya enseñanza comenzó a difundir a partir de entonces a través de diversos grupos de estudio y seminarios. En 1971 fundó los Cuadernos Sigmund Freud, dedicados a difundir una lectura de los textos freudianos de explícita orientación lacaniana. En 1974 promovió la creación de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, institución que toma como modelo la Escuela fundada por Lacan en Francia. Poco después debió trasladarse a Europa, instalándose finalmente en la ciudad de Barcelona. Allí continuó con su labor de promotor del psicoanálisis de corte lacaniano hasta su muerte, hacia finales de 1979.
[33] Más precisamente, para Sastre la psicología es una “colección y entrecruzamiento de discursos que se contradicen, carente de un instrumental teórico y técnico unitario que delimite un objeto propio de conocimiento, dominada por el efecto de reconocimiento, siempre dispuesta a abrirse hacia todos los temas y a caer sobre innúmeros objetos reales señalados por el sentido común, dotada de lenguajes semánticamente vagos y peligrosamente seductores gracias a su familiaridad con las representaciones espontáneas de sus usuarios” (Sastre, 1974: 87)